Uno de los factores que más influye en la conexión y, por tanto, en la comunicación con nuestros hijos es la confianza.

“La confianza, ese gran aliado que cuesta tanto conseguir y que puede perderse de un solo plumazo”

La confianza en nosotros mismos es lo que nos impulsa a creer en nuestras posibilidades para alcanzar nuestras metas, impulsa nuestra autoestima. Es lo que nos ayuda a creer en nosotros para poder encontrar y generar las condiciones que nos permitan seguir avanzando hacia nuestras metas.

Y la confianza en los demás, se basa en percibir que nos podemos apoyar en ellos para ir salvando los obstáculos que, muy probablemente, iremos encontrando en nuestro camino, a la vez que trazamos un camino juntos.

La confianza es un factor clave en el desarrollo de las habilidades de nuestros hijos, ya que sobre el pilar de la confianza se van a asentar la base de su seguridad y su afán de superación.

Cuando son muy pequeños, esa confianza se basa principalmente en sentirse protegidos y queridos por sus padres, por sus seres más cercanos. En sentirles cerca para poder recurrir a ellos cuandos lo necesitan.

A medida que van creciendo, esa confianza se basa en saberse aceptados tal y como son, y sentirse apoyados en las decisiones que van tomando sin que estas sean cuestionadas por sistema.

Nuestros hijos no necesitan que les hagamos grandes promesas, lo que necesitan es sentir que a pesar de sus, en ocasiones salidas de tono, a pesar de sus acciones a veces desafortunadas, nosotros siempre vamos a quererles incondicionalmente. Que nosotros vamos a estar ahí para tenderles la mano y ayudarles a encontrar la mejor solución a sus desafíos, sobre todo en los momentos en los que se sientan tan perdidos y desorientados que no sepan cómo expresarlo. Esos suelen ser precisamente los momentos en los que sus conductas nos resultan más desconcertantes, y a la vez son los momentos en los que más buscan nuestro apoyo.

Pero no confundamos confianza con abuso de confianza, con manipulación. Que confiemos en ellos no tiene que ver con que dejemos de establecer unas normas y unos límites que todos tenemos que respetar para una buena convivencia. Es preciso establecer estos límites, y ello no tiene por qué afectar a la relación de confianza, más bien al contrario, esos límites -si son claros, concretos y se respetan– les van a servir de guía cuando se sientan un poco perdidos, y esto les dará seguridad.

Nuestros hijos no necesitan que les sermoneemos continuamente, ni que les indiquemos en todo momento cuál es el camino que deben seguir, porque es el que a nosotros nos gustaría para ellos. Lo que necesitan es que nosotros también confiemos en ellos, en su criterio, en sus deseos y necesidades, aun a sabiendas de que pueden equivocarse. Porque no hay nada de malo en equivocarse, de hecho, esa es la forma más directa para aprender cual NO es el camino a seguir. Con esto no estoy sugiriendo que les dejemos arrojarse al vacío sin red, pero sí que les permitamos tropezar para que aprendan a levantarse y a probar otro camino distinto que les pueda ofrecer otras posibilidades. Que confiemos en que pueden hacerlo, igual que cuando estaban aprendiendo a andar les animábamos a volver a intentarlo tras un tropiezo.

“La confianza es el cimiento que sustenta cualquier relación”

La confianza, al igual que el cariño, no es algo que se pueda comprar o imponer, es algo que se siente o no se siente, que nace de dentro. Es como si algo dentro de ti te dijera si puedes o no confiar en la otra persona.

La confianza se gana, se va construyendo poco a poco, ladrillo a ladrillo, cuidando que cada ladrillo esté asentado antes de poner el siguiente.

La confianza entre padres e hijos se construye de momentos:

  • momentos en los que se sienta aceptado/a, con sus virtudes y sus puntos de mejora. No se trata de exagerar ni lo uno ni lo otro, sino de ayudarles a detectar aquello en lo que son buenos y potenciarlo, y ofrecerles herramientas que les ayuden en aquello en lo que pueden mejorar.
  • momentos en los que se sienta comprendido/a, aunque haya elegido el camino erróneo. Cuando cometen un error, lo saben, no necesitan que se lo remarquemos y les digamos el típico “ya te lo dije”. Lo que requieren de nosotros, es que les ayudemos a identificar qué otros caminos pueden elegir la próxima vez.
  • momentos en los que se sienta arropado/a, a pesar de sus formas no del todo deseables o adecuadas. Muchas veces sus reacciones no son las más adecuadas, pero es precisamente en estos momentos cuando están invadidos por sus sentimientos. Lo que necesitan es que les ayudemos a comprenderlos, y a que se den cuenta de que su forma de expresarlos no les está ayudando a conseguir lo que necesitan.

Por eso la confianza no se construye de promesas, y mucho menos si estas resultan ser falsas promesas. La confianza se construye de acciones, acciones con las que puedan sentirse aceptados, arropados y comprendidos, y también de acciones que les permitan sentirse merecedores de esa confianza.

Como madres y padres tenemos ya una ventaja inicial en la construcción de la confianza que nuestros hijos depositan en nosotros, debido a que desde pequeños les arropamos con nuestro amor incondicional. Ahora el reto es conservarla e incrementarla día a día!!!

¿Te animas a construir esos momentos?

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